Me escribe Carlos y me comenta: «Si he de confesar la verdad, nunca he sido muy amante de las despedidas de soltero. Habré asistido a un par de ellas en toda mi vida y no guardo muy buen recuerdo. Tal vez por eso no me haya casado. (Supongo que esto es algo exagerado) Sin embargo, de las fiestas en general, y de las fiestas en barco, he sido un fanático. Y no porque lo haya hecho muchas veces (lo del barco, se entiende), sino precisamente por lo contrario. Porque es una de esas farras memorables que me faltan en la colección. Ahora son posibles ambas cosas. Celebrar una despedida de soltera o de soltero y perder el horizonte marítimo de vista en una fiesta que recordarás para el resto de tu vida. Solo de pensarlo me siento revivir el espíritu del capitán Merril Stubing, El patrón de aquel barco épico que surcara nuestras pantallas de televisión en los años setenta y ochenta como fue el barco de Vacaciones en el mar. Para que negarlo, Disfrazarme de capitán Stubing aunque no me parezca a Gavin McLeod (yo tengo más pelo), tomarme con los amigos unos combinados servidos por Washington, el eficiente barman de color, y después perder el norte persiguiendo a una muchacha de buen ver, siempre han formado parte de mis deseos ocultos más anhelados. Y ahora todo eso puede llevarse a cabo gracias a las despedidas de soltero en barco. Una manera realmente diferente de celebrar el fin de la soltería. Si he de confesar la verdad, hasta estoy pensando en casarme para poder hacer realidad esos deseos.»
Vamos que yo pensaba que con Carlos íbamos a tener un problema y resulta que es el primero en apuntarse a nuestra despedida de solteras en barco. Lo que son las cosas. La gente cambia y te da sorpresas. Vaya si te las da.
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